sábado, 6 de febrero de 2010

Feliz aniversario, Rosita "Oneshoot" - T


Summary: Bella había terminado sus exámenes semestrales en la universidad y planeaba una solitaria noche de relax. Edward era tan despistado…Ha pasado un año y es su aniversario.


Feliz aniversario, Rosita


- Dartmouth, Alice, D-A-R-T-M-O-U-T-H, es imposible… ¡Debe ser una broma!

Acaba de recibir la carta de admisión de la prestigiosa universidad, la leía incrédula mientras buscaba la frase “Es una broma” entre las instrucciones que me facilitaban para formalizar la matrícula. Mi mejor amiga brincaba a mí alrededor.

- Te lo dije Bella, los dejaste impresionados con tu solicitud. Estarían locos si te rechazaran…

Alice sabía desde primaria que estudiaría en Dartmouth. La especialidad era lo de menos, pero seguramente estudiaría Arte. No le entusiasmaba la idea de pasar las tardes en la biblioteca Brandon, pero no era culpa suya que su familia estuviera fuertemente vinculada a esa institución. Íbamos a vivir juntas como solíamos planear de niñas. Sin duda aquello para ella era un aliciente y quizá también un alivio. Para mí además era la oportunidad de convertirme en periodista. Todos nuestros sueños estaban a punto de cumplirse.

Vivíamos juntas en un apartamento precioso. En realidad Alice pasaba la mayor parte del tiempo en el apartamento de su novio, Jasper Hale. A mitad del primer semestre ella prácticamente se había trasladado a casa de ese chico rubio, serio y enigmático que bebía los vientos por mi pequeño y travieso duende. Alice no supera el metro sesenta, su piel casi transparente contrasta con el negro de su cabello corto y despuntado. Entrecierra los ojos cuando sonríe y esa sonrisa es capaz de crear y resolver los peores conflictos. Es cuestión de tiempo que algún gobierno la descubra y la trate de incluir en sus filas. Es una mujer realmente magnética.

Alice me llamó para avisarme de que no vendría a dormir, ya me lo imaginaba así que en parte no la esperaba, ni a ella ni la llamada, pero esa llamada era su manera de recordar que compartíamos casa. Una casa llena de lujos que yo no me hubiese podido permitir de otro modo.

Ella sabía que me encantaban esas noches de “soledad elegida”, que necesitaba tiempo para mí; que después de una semana intensa repleta de exámenes querría relajarme. Sugirió la posibilidad de que me diera un baño y probase alguna de las funciones con burbujas que prometían las instrucciones plastificadas de la mini piscina. Quizá después podría poner el DVD “Abismos de pasión” que es una versión cinematográfica de Cumbres Borrascosas, mi lectura favorita. Alice me había regalado la copia en DVD por mi cumpleaños. Me costó muchísimo trabajo convencerla de que no se gastara más de veinte dólares, ya que me pusiera como me pusiera iba a hacerme un regalo. Negociar con Alice es extenuante y ella lo sabe y aprovecha su ventaja. Desde pequeña actuaba como si pudiera ver el futuro. Me maravillaba cuan acertadas eran la mayoría de sus predicciones. Sonreí satisfecha por tener su amistad cuando colgué el teléfono y me dispuse a preparar mi plan para la noche del viernes. Antes de hundirme en la fantasía mexicana de Buñuel sobre el universo de Bronte, iba a flotar en otra época.

Mientras llenaba la bañera con agua caliente y sales de baño con aroma a fresias busqué la caja de madera donde guardaba el “remedio ancestral” que trajo mi amigo Jake de Forks la noche que trató de asustarme con aquellas leyendas sobre lobos y hombres fríos. Jake es, además de mi mejor amigo, indio y los indios saben bien como usar las hierbas, no en vano “la pipa de la paz” es invento suyo. Pues eso, preparé una pipa para firmar la paz con mi subconsciente y busqué entre mi colección de discos el “Surrealistic Pillow” de Jefferson Airplane. Estaba fantaseando sobre la década de los 60, la revolución, el amor libre, San Francisco y las flores en el pelo cuando sonó el timbre por primera vez. Sumergí la cabeza y el sonido reverberó en las profundidades de la bañera de hidromasaje. No esperaba a nadie. Maldije mi mala suerte en alto. “¡Maldita mi mala suerte!”

Salí de la bañera con cuidado de no resbalar porque yo soy bastante patosa y con la conciencia alterada no quería ni pensar en el accidente que un poco de agua en el suelo podría provocar. Me cubrí el cuerpo con una toalla y abrí la puerta sin preguntar.

Mientras giraba la manivela pensé que parecía la imprudente de mi madre. Qué desastre. Tuve claro que no iba a fumar ese potingue nunca más.

Lo primero que me llamó la atención fue un lazo rojo enorme que rodeaba la foto del dirigible que representa el primer disco de Led Zeppelin, y se me escapó un elocuente “Wow”. Mis padres se conocieron en un concierto suyo, y fue la banda sonora de mi infancia hasta que mi madre le dedicó a mi padre “Baby I’m gonna leave you” y tras el portazo nunca más se volvió a escuchar la voz de Robert Plant en Forks. En Phoenix, donde me trasladé con mi madre, tampoco se escuchó más rock. Qué le vamos a hacer…Debussy no está nada mal.

Subí los ojos y me encontré con un tipo impresionante vestido con vaqueros azules y camiseta blanca; tenía el pelo desordenado, castaño casi bronce y una sonrisa torcida dibujada en el rostro. Era perfecto, sin más. Resoplé de nuevo y me perdí unos segundos (o eso creo, puede que fueran minutos, no estoy nada segura de esa parte) en sus ojos esmeraldas y noté que me miraba de arriba a abajo con descaro. Reparé en que la toalla que había elegido me cubría el cuerpo lo justo; lo justo de mis pechos, lo justo de mis muslos. A mis pies se había formado un charco gracias al agua que goteaba de mi melena, me sonrojé y con cuidado de no resbalar me escondí tras la puerta asomando únicamente la cabeza. Se aclaró la voz con una tos y tras expresar sus mejores deseos para esa noche me preguntó con tono seductor si conocía a Rosita.

Vale, si me hubiese pedido sal, o mandado a freír espárragos me habría quedado con la misma cara de boba. Boquiabierta y sonriente. Estaba deslumbrada.

Yo en aquel momento todavía no conocía a la tal Rosita. Me disculpé como pude porque mi corazón, batiendo errático y sin control, me estaba dejando en evidencia. Cerré la puerta y apoyé la espalda contra ella. Respiré profundamente varias veces y pensé que aquel dios era una alucinación provocada por los misterios de los Quileutes. “Nunca más, nunca más, nunca más” repetí para mí arrepentida por jugar con trastos de chamanes y en esas estaba cuando escuché unos nudillos acariciar la puerta.

Será todo lo moderno y minimalista del mundo, pero una puerta sin mirilla es un despropósito.

No tenía claro que la voz saliera de mi garganta para poder preguntar así que giré de nuevo la manivela y allí estaba, glorioso.

- Bien pensado yo tampoco conozco a Rose- reflexionó regalándome otra de esas sonrisas capaces de desmontar a cualquiera.

Sí, en otra vida perfectamente podría haber sido hermano de Alice. Ejercían sobre mí un poder similar. Miento. Él concentraba su poder en lo que cubría la toalla.

Abrí la puerta y mientras le indicaba que pasara me ofreció el disco y al tiempo que yo lo tomaba con ambas manos, la toalla caía al suelo.

Los siguientes instantes los viví a cámara lenta, como si mi mente no quisiera que me perdiera nada de esta situación tan vergonzante.

Sin soltar el disco bajé la cabeza para mirarme los pies cubiertos por la pequeña toalla azul y la subí para encontrarme con la boca abierta de mi dios particular ”Wow” exclamó soltando más aire del necesario para pronunciar la interjección. Estaba desnuda. Me tapé el pecho con el brazo izquierdo y mi triángulo perfectamente depilado (¡gracias!, gracias Alice por existir y obligarme a cuidar esos detalles tan femeninos incluso en exámenes) con el disco sin darme cuenta de que el lazo quedó justo en el centro.

- Eso sí es un regalo – apreció con los ojos ¿hambrientos? Eso pensó mi cuerpo, que reaccionó al instante y contrajo la pelvis. Él emitió un sonido extraño, parecido a un gruñido. Suspiré y me mordí el labio inferior. Para definir el tono de mi cara se necesitaría inventar un nuevo matiz de rojo, más allá del bermellón.

Se agachó para recoger mi toalla y noté las puntas de sus dedos recorriéndome el empeine de ambos pies. Yo permanecía relativamente inmóvil, absolutamente bloqueada. Mi torpeza innata suele hacerse patente a la hora de caminar, el resto del tiempo generalmente mantengo el equilibrio y la dignidad. “Nunca más, nunca más, nunca más” pensé y a él se le escapó una risita así que debí pensarlo en alto.

“Perfecto Bella, te superas” me reproché esta vez asegurándome de que fuera en silencio, pero el poema rojo de mi cara hablaba alto y claro, y el suspiro en mi garganta luchaba por aclarar que el actual, espantosamente ridículo, no era mi estado habitual. Yo no era así, podía hacer dos tareas a la vez, sujetar un disco y una toalla, incluso tres si contamos con la respiración.

El hombre más divino con el que me he encontrado jamás dejó de jugar con mis pies y se irguió. Con delicadeza y un punto de falso pudor extendió la toalla permitiéndome sustituir mi brazo por la tela a la que me abracé como si mi vida fuera en ello. En la otra mano todavía tenía asido el disco con la misma fe que agarraba la toalla, mi nuevo vestido corte imperio. La espalda y consecuentemente el trasero estaban completamente descubiertos. Aprecié ese detalle cuando le cacé absorto analizándome de perfil.

- ¿Empezamos de nuevo? – propuso con un guiño liberando con suavidad dedo a dedo mi agarre del disco. Con la mano derecha libre me ajusté la toalla como al principio, cuando acababa de salir del baño, acomodé en la espalda mi melena castaña que en algunas partes ya estaba casi seca y asentí. Gracias al cielo y a la vergüenza me sentía más dueña de mi cuerpo.

-Si, por favor- conseguí pronunciar mientras rodaba los ojos abochornada y él volvió a sonreír. Estaba segura de que me iba a dar un infarto si sonreía de nuevo.

- Mi nombre es Edward, ¿te han dicho alguna vez que el rojo te sienta de maravilla?- Me informó mientras jugaba con sus dedos y el lazo de raso rojo; estiraba la cinta, la acariciaba pero no llegaba a deshacer el lazo.

Dejé de respirar.

El rojo era mi color, desde luego. Notaba el calor del fuego en mis mejillas, en mi pecho, en mi vientre, entre mis piernas. El rojo era mi color. La tiranía del frío azul se había terminado.

Si algo tenía claro era que yo quería sus dedos jugando en otro sitio. No he estado tan segura de algo nunca.

Él parecía notarlo porque iba acortando la distancia que nos separaba, estábamos en los cincuenta centímetros.

- Creo que te he interrumpido…

- Bella – me presenté en un susurro

- Ummm…¿Isabella?- ¡Dios qué voz! El terciopelo le tendría envidia. A pesar de que su lengua envolvía mi nombre en una caricia, le corregí. Solo me llamaban por mi nombre completo mis padres cuando estaban enfadados. Odiaba mi nombre y odiaba que estuvieran enfadados.

- No, Bella, a secas.

Podría haberle ofrecido un café, una cerveza, un vaso de agua, hasta la última gota de mi sangre, pero no, un hemisferio de mi cerebro, no sé cual, había dejado de funcionar y mi lengua se expresaba sin filtro.

- ¿Te apetece un baño?

No sé en qué absurda teoría me basé para descartar que ese ser divino fuera un enfermo mental, un violador o un asesino y ofrecerle compartir conmigo el mismo aire, el mismo agua, y ojalá la misma cama. Mi mente reaccionó y trajo al frente un par de imágenes de “American Psycho”. Mierda, un psicópata guapísimo. Me daba igual lo que fuera. Qué demonios.

- Claro, estaría genial, ¿puedo poner el disco?

- Por supuesto, siéntete en tu casa- Le invité a pasar con un gesto y me dirigí al baño. Notaba perfectamente su mirada clavada en mi espalda y de nuevo escuché el sonido de su garganta. Definitivamente no me importaba morir esa noche siempre que fuera él mi asesino. Pero no quería morir virgen.

Escuché los primeros compases de “Good Times, Bad times” y por un instante fue como si volviera a la infancia. Mis padres bañándome, jugando, salpicándose, mi madre bailando. Qué rabia me daba haber heredado el poco sentido del ritmo de mi padre.

Me apoyé con las manos en el borde de la bañera mientras el agua caliente volvía a correr. Presioné un botón y el sonido de las burbujas escondió sus pasos.

- Bella ¿estás bien? – preguntó mientras apartaba el cabello de mi nuca y su aliento me estremecía.

- Sí, sólo un poco nostálgica, mi madre dejó a mi padre cuando se acercaba el verano.. Hacía siglos que no escuchaba este tema -bufé y reí para mí.

- Vaya, siento haber despertado fantasmas…hubiese preferido despertar deseos - me giró con suavidad y al tiempo que besaba mi cabeza me abrazó deshaciéndose de la toalla. Yo tenía todavía los ojos cerrados, apoyé la cabeza en su hombro; noté su pecho desnudo y una incipiente erección contra mi vientre. Me tensé al instante y él se percató de mi reacción y me acarició la espalda con dulzura.

La situación era tan natural que podría parecer que acostumbro a invitar a mi cama a todos los hombres que se confunden de apartamento. Pero nada más lejos de la realidad. Ya lo he dicho antes, era virgen. Virgen orgullosa y militante.

No me habían faltado pretendientes. El pesado de Mike por ejemplo, me había insistido durante la etapa del instituto, incluso Jake… Sabía que Jake se sentía inexplicablemente atraído por mí, era una lástima que yo no le viera más que como un hermano. Siendo objetiva he de decir que Jake está tremendo.

Esa noche estaba dispuesta a entregarme. Ni Alice lo sospecharía. La sensata de Bella primero se droga y luego arde en los brazos de un desconocido. Ver para creer.

Sumida en el reproche no me di cuenta que mi acompañante me levantaba del suelo y me sumergía en el agua tibia. Y le miré. Y se me descolgó la mandíbula. Grandioso, magnánimo, descomunal, son adjetivos que antes no tenían sentido en mi vocabulario ni en mi vida. Y él conoció el rojo en sus mejillas al salvar la barrera de estado que nos separaba a él en la tierra y a mí en el agua.

Dentro de la bañera, frente a frente, sumergió la cabeza y cuando emergió se peinó el cabello hacia atrás con los dedos. ¿Podía excitarme ese simple gesto? Si, y mucho. “Triste Bella, muy triste, a este paso vas a tener un orgasmo si te roza la mejilla” Porque yo no sería una experta en el tema sexual, pero aunque no nos habíamos besado, todo indicaba que algo iba a pasar. Para que engañarnos, algo tenía que pasar, imperiosamente y por favor que se llamara orgasmo.

- Me encantan las fresias- susurró mientras me tomaba de las manos, supuse que para colocarme con la espalda pegada a su pecho y supuse bien. Durante el trayecto a sus brazos, un grupo de burbujas me acariciaron la entrepierna y no sé cómo un gemido se escapó de mis labios.

- ¿Burbujas traviesas? ¿Voy a tener que ponerme celoso? – Ronroneó y noté como formaba esa sonrisa contra mi mejilla. Sus dedos viajaron por mi abdomen hacia abajo buscando el punto más palpitante, porque el corazón sin duda estaba en segundo lugar comparado con la actividad de mi vulva.

Y lo encontró. Y metió un dedo: el índice y metió otro: el corazón y con el pulgar acariciaba mi clítoris mientras tentaba con su mano mi interior.

- Estás muy estrecha- murmuró mientras yo jadeaba y notaba como mi vagina cobraba vida propia. Me iba a correr, era un hecho.

-Soy virgen- Logré pronunciar entre los espasmos de mi primer orgasmo.

- Perfecto- Su tono de suficiencia me dio cierto miedo, pero sólo duró hasta que me besó el cuello y subió la mano derecha para posarla en mi pecho. La izquierda, que momentos antes me sujetaba por la cintura corrió la misma suerte y cuando fui a darme cuenta sus expertas manos estaban recorriendo mi talla 90B centrándose sus pulgares en masajear las cúspides.

Su anterior incipiente erección era ahora una erección manifiesta y castigaba mi coxis y las vertebras del sacro (mis conocimientos de anatomía se los debo a ese que me vuelve loca y que en unos años será médico), porque espléndido no es un adjetivo gratuito, es una verdad como un templo.

Algo tenía que hacer yo para agradecer tanto placer, de modo que pegué mi trasero a su erección y me revolví con la misma cadencia que sus manos en mis senos. Gruñó, aquello fue un gruñido perfectamente identificable. Me sentí poderosa. En ese estado alterado propuse un nuevo escenario para continuar jugando:

-¿Me llevas a la cama?

- No sé si llegare tan lejos – dijo contra mi cuello. Ahora en su voz había urgencia y un deje de preocupación. Mi virginidad seguramente.

Mi cama no estaba lejos en absoluto. Si bien es cierto que el sofá estaba más cerca del aseo que cualquier otro mueble mullido.

A título informativo diré que el apartamento dispone de dos estancias: el aseo y el resto. Dentro del resto se incluyen: la cocina, las dos camas, dos armarios gigantescos -el mío innecesariamente enorme-, los dos escritorios la mesa de centro italiana y el fabuloso sofá de piel negra.

Cuando me aseguré de que no me temblaban las rodillas me dispuse a salir de la bañera. Recé para no tropezar o caerme mientras me levantaba y con sus devotas manos me sujetaba la cadera en el tránsito del agua a la tierra.

Todas mis toallas son azules.

Su patente erección me arrancó una especie de grito gutural. Sospechaba que eso no me cabría en ninguna cavidad de mi cuerpo. Me demostró que me equivocaba.

Nos secamos con delicadeza, yo desde luego evitando rozar su dureza. No sé por qué sentía pudor después de haber jadeado y descargado en su mano, pero así era. No termino de entender a mi ser y sus reacciones. Él no se privó de tocar cada parte de mi cuerpo, incluso disfrutó del proceso de peinar mi melena hecha de rizos castaños. Agradecí ese detalle que me iba a evitar parecer un león por la mañana.

Con la misma delicadeza que me acariciaba, me tomó en brazos y abandonó el aseo. Llegó hasta el sofá y fue entonces cuando me besó los labios. Nuestras lenguas se encontraron. No hubo permisos, aquello fue un abordaje. Y sin pensarlo estaba acariciándole el paladar con la mía. La tímida de Bella debía estar escondida debajo de una piedra.

Llevó de nuevo su mano a mi centro y comprobó que efectivamente estaba tan o más húmeda que los Everglades (1). Tras lamerse los dedos con los que me había explorado se puso un condón que pareció recoger del suelo. Edward precavido y previsor. En otro tiempo, la Bella guerrera-no-me-interesa-el-sexo se hubiese escandalizado al ver cuatro preservativos estratégicamente colocados en el lateral del sofá, pero caliente como estaba me encantó que tuviera en mente hacerme suya tantas veces.

Posicionó su miembro en mi entrada y me miró directamente a los ojos. Si me estaba pidiendo permiso, ése estaba concedido desde el momento en el que pulsó por primera vez el timbre. Empujó y sentí algo parecido a lo de Moisés y el mar Rojo. Dolió, pero poco para lo que esperaba. Una vez superada la barrera me penetró lentamente, permitiendo que mi cuerpo se acostumbrara a su huésped. Sin duda el placer de sentir su miembro ocupándome estaba muy por encima del dolor consecuente a la rotura del tejido. Cientos de besos, mordiscos y lametones cubriéndome el cuello, los hombros, los pechos; halagos al sabor de mi piel, al olor de mi pelo y a la estrechez de mi cueva. Edward lo estaba disfrutando tanto como yo.

Me embistió sin tregua y yo jadeando desatada le pedí que lo hiciera más rápido, más profundo, más duro. Me obedeció con placer. “Tus deseos son órdenes” logré entender entre la amalgama que formaban sus jadeos y mis gritos. Cuando mi interior se estremeció avisándonos de un nuevo orgasmo, él, cerca de terminar, aceleró sus estocadas. Con un alarido (no quiero ser presuntuosa pero me parece que lo que gritó fue mi nombre), colapsó sobre mí.

Sonriente y sudoroso levantó la cabeza para mirarme a los ojos, e imagino que comprobar mi grado de satisfacción. Con un cien por cien tatuado en mi cara, soltó una risita y retomó la carrera de besos alrededor del hombro. Unos minutos más tarde se deshizo del condón y cuando volvió al sofá le sentí acariciándome la espalda hasta que colmada de nuevas sensaciones me dormí.

Por la mañana nos despertaron las risas y ligeras blasfemias de Alice y la voz grave de Jasper:

- Edward Anthony Cullen…Menuda sorpresa verte por aquí, ¿te han echado de Harvard?

Abrí un ojo y vi a mi duende con los ojos muy abiertos dando vueltas alrededor del sofá, nadie tiene tanta energía como ella, a cualquier hora del día. No me podía mover ya que ese milagro de hombre me tenía abrazada ¿cómo le había llamado Jasper? ¿Cullen? Ese apellido me era muy familiar. Le miré de reojo y antes de dirigirse al rubio de pelo rizado me abrazó y me besó el hueco entre el oído y la mandíbula. “Buenos días princesa” musitó un segundo antes de incorporarse. Edward acabado de despertar, con el pelo caótico está arrebatador. Jasper le arrojó la camiseta en cuanto vio los ojos de Alice centrados en su torso.

- Hale, siempre es un placer volver a verte- dijo en un bostezo mientras se vestía- he venido a hacerle una visita a Emmett, supuse que estaría con tu hermana…pero por suerte me equivoqué de apartamento. Harvard sigue en su sitio, dispuesta a recibirte, ya sabes que cerebros y brazos como los tuyos siempre son bienvenidos.

-Gracias, pero aquí tengo todo lo que quiero- dijo besando la cabeza de su hada quien ruborizada se quedó quieta un instante para él- Te presento a Alice, la mujer de mi vida. – dijo con orgullo y satisfacción.

Edward inclinó la cabeza como saludo y yo me tapé la mía con la manta. Estaba muerta de la vergüenza. Y esto sólo se podía poner peor.

-Mucho gusto – Alice le tendió la mano- Tu princesa es mi amiga Bella, no sé si lo sabes pero va a ser una excelente periodista.- Alice, promocionándome y recordándole mi nombre, eso no era una buena señal.

-No lo he dudado un instante- aseguró acariciando mi figura por encima de la manta.

- Veníamos a asegurarnos de que desayunase. No sé si eso actualmente es necesario... ¿has pensado en el desayuno, Edward? – Alice estaba preocupada. Me imaginaba la razón. Podía hacerme cargo de la situación, no sabía exactamente cómo, pero lo haría, antes o después.

- Jasper, por favor, besa apasionadamente a Alice porque como siga hablando no respondo de mis actos- amenacé todavía escondida debajo de la manta.

- De acuerdo, os esperamos en la cafetería. ¿Edward te quedarás el fin de semana?- Jasper no parecía querer retarle. Había poca confianza en su voz. Edward debía tener fama de mujeriego. Eso era lo que percibía. Eso era lo que perturbaba a mi amiga.

- Sí y seguramente los siguientes, si la periodista me hace un hueco en su agenda, claro.- Sentí la pelota en mi tejado, y la sangre agolpándose en mis mejillas.

-Ufff..-bufé abrumada y escuché las risas ahogadas de los tres. Ya era después.

Cuando la puerta se cerró todavía podía oír las risas de la pareja alejándose y noté primero el abrazo y después un intento de despojarme de la manta. Me resistí, estaba avergonzada por mi comportamiento infantil. “Espabila Bella”. Nada, ni los reproches funcionaban ya.

-¿Me harás un hueco en tu agenda? ¿Y otro en tu cama? ¿Y otro en tu vida?– me preguntó Edward mientras se metía debajo de la manta.

Pues sí, durante el último año le reservé todos y cada uno de mis ratos libres. Pasamos el verano juntos en Londres en una villa fantástica que tienen sus padres en Hampstead. También vinieron Alice, Jasper, su hermana Rosalie y Emmett, el hermano mayor de Edward.

Todos eran futuros herederos de grandes fortunas y sus respectivos padres estaban encantados con las elecciones de pareja, además de porque se les veía profundamente enamorados, porque el riesgo de que el interés de la relación fuera económico era inexistente. Salvo por mí, claro, pero Carlisle y Esme, los padres de Edward y Emmett están muy contentos conmigo.

En realidad sus padres estaban encantados con que Edward mostrara interés por algo que no fuera él mismo y su magistral ombligo. Obtenía mejores calificaciones, los visitaba más a menudo, volvió a tocar el piano. Eso dicen que es culpa mía. Su madre incluso me dio las gracias cuando la conocí. No podía creérmelo.

A causa de mi amistad con Alice estaba acostumbrada a relacionarme con personas con un alto nivel adquisitivo y no se me notaba demasiado que mi padre era jefe de policía en un pueblo lluvioso del Estado de Washington. Tengo lo que llaman “Saber estar” además del conocimiento sino dominio de los productos más exclusivos. Esta última característica no me hizo falta ponerla en práctica salvo con Rosalie aka Rosita, la más snob del grupo.

Este fin de semana es nuestro primer aniversario.

Tiene un examen de “Anatomía II” el sábado por la mañana así que voy a darle una sorpresa en su apartamento de Cambridge. Alice se ha encargado de la intendencia y la logística. Dejar a Alice al margen en una celebración es imposible. Sea del tipo que sea. Y si tiene que ver con compras es su perdición y en consecuencia también la mía.

Un conjunto de corsé, liguero y medias en seda negra descansa sobre mi cama. A los pies, unos salones de piel negra que me elevarán 8 centímetros (he practicado, puedo conseguirlo, no voy a tropezar, ¡no voy a tropezar!) Colgada en una percha dentro del armario está la gabardina que va a cubrir mi cuerpo semidesnudo y sobre el escritorio el disco de Iron Butterfly “In-a- gadda-da-vida” decorado con un lazo rojo. Voy a hacerle un striptease y que sea lo que Dios quiera. Ese es mi regalo de aniversario.

De la tímida Bella queda muy poco aunque he de reconocer que a menudo continuo sonrojándome y él, de vez en cuando, -como estoy segura necesitaré en nuestro aniversario- me recuerda que respire.

*El Parque Nacional de los Everglades (ciénagas eternas) se encuentra en un humedal

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Por favor dejanos tu !!AULLIDO!!... asi es, !!TU AULLIDO!!
Y que se escuche fuerte y claro ya que son los que nos alimentan a seguir escribiendo^^
Ademas seras recompensado con un Edward, o el Cullen o lobo que quieras... (Menos Jacob, ese es !MIO!)XP
Kokoro



AULLA!!

Pueden robarte cada frase, cada palabra, cada suspiro y hasta el ultimo de los alientos. Pero, hay algo que tu sabes y que todas sabemos... aunque te roben todas tus ideas siempre tendras mas y mejores, por que luego de cada golpe siempre volveras mas fuerte.
Gracias Annie...